viernes, 19 de febrero de 2010

Siete días en el mundo del arte

¿Y… esto es arte? Es la pregunta más recurrente –y que generalmente no se verbaliza por temor a ser tildado de ignorante– cuando se asiste a una exposición “rara”, repleta de artefactos que no tienen un sentido aparente y que muchas veces se perciben grotescos y de dudoso gusto. Pinturas y esculturas de formas y colores arbitrarios por las que uno no pagaría un céntimo y que incluso provocan desagrado contemplarlas. Lo paradojal es que hay personas e instituciones que hacen lo imposible para adquirir estas “obras de arte” y que desembolsan cantidades de dinero que uno podría considerar obscenas. Para ser más explícito, en febrero de 2010 una escultura de Alberto Giacometti se transformó en la más cara de la historia cuando un coleccionista se la adjudicó en una subasta por 104,3 millones de dólares. ¿Delirio o precio de mercado?

Para la tranquilidad de los lectores, este libro está lejos de ser una guía para dummies o algo por el estilo. Por suerte, es mucho mejor que eso. Sarah Thornton, la autora, se sumergió a fondo en este extravagante mundo de artistas, marchantes, coleccionistas, curadores, críticos y subastadores de obras. Y gracias a Dios vivió para contarlo. Con todas sus letras: el material recopilado es una delicia y una revelación para los que quieran conocer con detalle el arte contemporáneo que, según los involucrados, está en pleno auge.

Siete días en que Thornton, socióloga y licenciada en Historia del Arte, visitó sitios clave y asistió a los eventos más trascendentes de este universo con leyes propias. Pero eso sí, es el lado más glamuroso del arte actual, en ese donde no se conocen las penurias. Arte y artistas del Primer Mundo. Creadores, como el nipón Takashi Murakami, que tienen talleres en distintas ciudades del globo y un séquito de colaboradores a tiempo completo; periodistas que un día asisten a una exposición en Japón y al siguiente tienen que tomar un vuelo directo a Londres, porque en esa ciudad está la muestra más “in”, aquella que ninguno puede dejar de ver. Una gran “familia”, en que sus integrantes son casi todos rostros conocidos –coinciden en ferias, bienales, galerías y fiestas–, pero disfuncional al fin, porque la competencia es a muerte: por conseguir el reconocimiento del público y la crítica, por hacer las mejores apuestas pensando en el futuro, por saber comprar y vender en el momento preciso y cuándo arriesgarse con un artista emergente.

El libro se divide en siete largas crónicas. Abre los fuegos aquella titulada “La subasta”, en donde la autora describe un día completo en la afamada casa de remate Christie’s. El relato es sencillamente notable, detallado hasta el paroxismo (todo sirve para conformar el retrato macro) y con sabrosos toques de humor. Sarah Thornton, en esta primera parada de su recorrido, hace gala de una capacidad de observación que ya se la quisiera el más aventajado periodista. ¿El resultado? Por lejos, lo mejor de este volumen. El lector interesado con toda seguridad se sentirá tentado a subrayar el texto, porque en definitiva la cantidad de información que se ofrece es copiosa, atractiva y relevante. Cada párrafo es aprendizaje en estado puro.

El capítulo inicial deja la vara excesivamente alta, pero eso no quiere decir que los siguientes sean desdeñables. La autora se pasea por una Crit (seminario donde los estudiantes de arte presentan su trabajo para una crítica colectiva); asiste a la Feria de Arte en Basel (Suiza), la más importante del área; le sigue la pista a los postulantes al prestigioso premio Turner; conversa con los editores y críticos de la revista considerada como la más influyente, Artforum; visita en terreno al artista japonés Takashi Murakami; y culmina su viaje en la ciudad italiana de Venecia, sede de la más famosa bienal de arte.

Siete días en el… es una parada obligatoria para los que quieran conocer el lado más brillante del arte contemporáneo. Insisto, aquí no hay dramas ni historias lacrimógenas de artistas sumidos en la miseria, que sólo viven para crear y están ajenos a los dictámenes del mercado (a lo Vincent van Gogh). Queda pendiente, entonces, un retrato del lado B del arte que haga un natural contrapeso a la experiencia acotada, pero sumamente lúcida de este libro que entretiene como el mejor bestseller y cuya lectura, por suerte, no tiene nada de elitista.

Puntuación: ****

Editorial Edhasa. 251 páginas. Autora: Sarah Thornton.

Bonus track.

Aquí dejo algunos tips que extraje de Siete días en el mundo del arte. Hago la aclaración que las frases recogen el espíritu de lo que se dice en el texto aun cuando la redacción no sea literal:

• Lo dice un editor de una importante publicación de arte: “El 95% del arte contemporáneo no puede ser tomado en serio”.

• El artista sin duda es importante, pero el marchante es decisivo.

• Los museos desvalorizan el arte, porque sacan las obras del mercado.

• Existe una natural diferencia entre acumular y coleccionar arte.

• El arte es una mercancía, una propiedad, un bien. En una subasta se puja por comprar obras.

• Lo peor que le puede suceder a una obra de arte en una subasta: que no se venda. Es decir, que no alcance el precio de reserva del vendedor. Indigno.

• Casi no se lee la crítica de arte. Una buena obra es ilegible: habla por sí misma.

• Una subasta es democrática, mientras que negociar con los marchantes implica listas de espera “obscenas” con artistas de producción limitada.

• En el arte los chismes influyen más que los acontecimientos político-económicos y sociales.

• El machismo también se hace presente en el arte, quizás porque un gran porcentaje de coleccionistas son hombres. Los cuadros de mujeres a menudo son subvalorados y eso se nota en los precios.

• Razones de los coleccionistas para vender: deceso, deuda y divorcio (las 3 D).

• Los artistas no van a las subastas porque les gusta mantenerse “puros”. Si alguno asiste, es un papelón a nivel social.

• Dato notable: “Cualquier cosa que supere la dimensión estándar de un ascensor de Park Avenue deja afuera a un cierto sector del mercado”.

• Las subastas dan la sensación de que, la mayoría de las veces, las obras se van a vender. Dan la ilusión de liquidez.

• El mundo del arte es refinado y hasta los heterosexuales parecen amanerados.

• Los galeristas importantes no le venden una obra al primer interesado. Hay, generalmente, una lista de espera en donde se impone el que tiene el mayor prestigio.

• Los curadores destacan por la justificación académica de la obra de sus artistas. Te acercan a una obra que de otro modo no mirarías.

• Lo que más interesa a los periodistas: los artistas que venden a precios altos y los que ganan premios.

• La revista “Artforum es el arte lo que Vogue a la moda y Rolling Stone al rock and Roll”.

• Ejemplo de un curador que adora la obra de su pupilo (Murakami) y cae en éxtasis cuando observa una de sus esculturas (Oval Buddha): “Dentro de quinientos años le van a rezar a esta cosa”.

• El precio de mercado en la Bienal de Venecia lo determina la cantidad de invitaciones a fiestas.

• La creatividad según estudiantes del Instituto de Artes de California (CalArts): “Es un cliché acaramelado que usan las personas no involucradas profesionalmente con el arte”.

Oval Buddha (Takashi Murakami)

domingo, 7 de febrero de 2010

Tres años

Arturo Pérez-Reverte no es santo de mi devoción. Sin embargo, recuerdo que en una charla que dictó hace cuatro años en la Feria Internacional del Libro de Santiago dijo un par de verdades de ésas para enmarcar. Y no me refiero a un comentario en relación con la novela que lo trajo por estos lares, Cabo Trafalgar –árida, hiperrealista y tan estéril como una pintura de Claudio Bravo–, sino a sus impresiones respecto del estado actual de la literatura. Señaló que los nuevos escritores desconocen el arte de contar una historia por una razón muy simple: no han leído a los “clásicos”. El asunto se agrava, según el español, debido a que el modelo a seguir por estos aspirantes a literatos es el norteamericano Paul Auster. Por supuesto, no desacreditó directamente al autor de La trilogía de Nueva York, pero reprochó que todos quieran escribir como él sin antes haber aprendido de los maestros de la narración.


Desconozco cuáles son los autores “clásicos” que merecen ese glorioso apelativo por parte de Pérez-Reverte –no recuerdo que los haya nombrado–, sin embargo puedo suponer que se refería a narradores de la estirpe de Dostoievsky, Shakespeare, Cervantes, Dumas, Tolstoi, Victor Hugo y Dickens, entre otros. Ahora bien, si no eran éstos o de un nivel similar, mi opinión acerca del hispano corre un serio riesgo de seguir empeorando y, de paso, echaría a perder el comienzo de esta reseña. Pensemos positivamente.

Uno de los nombres que no debería faltar en esa lista es Anton Chejov (1860-1904). Para no entrar en detalles, me remito al papel que ocupa el médico, escritor y dramaturgo ruso según los estudiosos de la literatura: es el creador del relato moderno. Así de claro. Lo cierto es que Chejov con sus historias simples, de poquísimos personajes y mínimas descripciones, sigue tan vivo como el más prolífico autor contemporáneo. Nunca se ha dejado de leer y sus obras dramáticas continúan representándose en la mayoría de los escenarios del mundo. ¿Por qué? Las razones pueden ser numerosas, pero hay una que lo distingue: su profundo conocimiento de las relaciones humanas. Los personajes de sus cuentos piensan, sienten y, sobre todo, sufren (y mucho).

La obra que acabo de terminar se llama Tres años y es uno de sus trabajos menos conocidos. En español se publicó en 1967 –sólo en una ocasión– y luego desapareció de las librerías. La siesta no fue eterna, porque el sello Espasa Calpe se acordó de esta novela corta y la publicó en el año 2005 en su colección Relecturas.

¿La trama? Alexei Laptiev es un joven oriundo de Moscú, burgués y rico que se enamora de Julia Serguéerovna, hija de un médico rural. El matrimonio se consuma, pero la felicidad está muy lejos de alcanzarse por una cuestión fundamental: Julia no ama a su esposo. La convivencia, entonces, se transforma en un calvario y las consecuencias de esta unión son nefastas e influyen negativamente en el entorno más próximo de la pareja.

Sería una impertinencia contar más detalles de esta nouvelle que atrapa al lector desde la primera línea. En todo caso, impresiona cómo Chejov muestra con todo su patetismo a dos personas que viven e incluso duermen juntas, pero no tienen nada que decirse. Una relación que transita desde el desagrado inicial a la indiferencia más dolorosa. ¿Se puede compartir la vida con alguien sin que de por medio exista amor? A primera vista parece un tema superado, añejo, propio de sociedades anquilosadas y de estructuras muy rígidas, pero el autor ruso le otorga a este tópico una escalofriante actualidad.

Es curioso, pero la amargura del desamor hace más lúcidos y transparentes a los personajes de esta novela. Sin pasión son capaces de desnudar el vacío de sus existencias, reflexionar acerca de las oportunidades perdidas y mirar el futuro con desesperanza. Como si el color gris característico de la ciudad de Moscú, según se describe en Tres años, se traspasara en el ánimo y alma de los protagonistas.

Hay una frase del desdichado Laptiev que me hizo pensar un buen rato: “Casarse sin pasión o sin amor no es lo mismo”.

Con todos estos antecedentes es probable que más que interesar a potenciales lectores, los ahuyente por lo triste de la historia. Sería un error rechazar un libro como éste por su argumento. Al final son este tipo de novelas las que a uno lo emocionan, identifican y hacen reflexionar. En definitiva, te ayudan a ser mejor persona.

Tres años está repleto de sutilezas y detalles. Los personajes secundarios son también muy atractivos y cada uno tiene sus propios dramas. El único “pero” de esta novela está en los diálogos, desde mi perspectiva algo grandilocuentes y que más parecen parlamentos de una obra de teatro. En todo caso, la maestría de Chejov está en su concisión: expresar tanto con tan pocas palabras. Ajeno a los efectismos y la verborrea, el autor ruso, que murió de tuberculosis a los 44 años, todavía puede, a través de sus historias simples, emocionar y dejar al lector con un nudo en la garganta, pero con la sensación de que no todo está perdido.

Puntuación: ****

miércoles, 27 de enero de 2010

Dios es chileno

Desde mi punto de vista, el mejor periodismo es el que no tiene fecha de vencimiento. Es decir, el que se puede leer en cualquier época y no pierde un ápice de su interés. No importa que el asesinato de la familia Holcomb, en Kansas (EE.UU.), haya ocurrido hace más de 50 años. Gracias a Truman Capote, periodista-escritor que se interesó en ese escalofriante suceso, se seguirá leyendo A sangre fría hasta el fin de los tiempos. Eso sí, para que estos textos perduren, se requiere algo más que manejar correctamente el lenguaje escrito y tener entre manos una buena historia; se necesita una importante cuota de talento, inventiva y saber dominar los recursos literarios que utiliza la novela y el cuento. Tom Wolfe categorizó este estilo como Nuevo Periodismo.

Antologías que recogen lo más granado del periodismo se suman día a día. Uno de estos volúmenes de reciente aparición tiene el sugestivo nombre de Dios es chileno. Se trata de un compilado de diez trabajos periodísticos sobre los más variados temas, pero con un hilo conductor: la identidad chilena. Pues bien, ¿vale la pena leer este nuevo libro de crónicas que postula, según la contraportada, a ser “el mejor periodismo literario del momento”? A continuación, mis impresiones muy sucintas sobre cada uno de los textos:

Los mejores de esta colección:

El tragakilómetros. Las carreras de Manuel Plaza (Alejandra Costamagna): Detallado retrato del legendario maratonista Manuel Plaza, el primer deportista que le entregó una medalla a Chile en unos Juegos Olímpicos (Amsterdam, 1928). Texto bien escrito, con un estilo marcadamente literario y que se lee con mucho interés, pese a algunas imprecisiones. Tiene todos los ingredientes de una buena historia y dan ganas de seguir profundizando en este particular personaje.

El hincha fantasma. El jugador número 12 de la final de la Copa Libertadores 1991 (Luis Miranda Valderrama): Uno de los mejores trabajos periodísticos de la antología. Aquí el periodista investiga qué fue del mítico hincha de Colo Colo que se fotografió con el plantel en el partido final de la Copa Libertadores de América (1991). Hay drama, suspenso y emotividad a raudales. Es de esos reportajes en que es obligatorio llegar al final del texto, porque de otro modo te perderías la sorpresa. Imperdible y, ojo, no sólo para los hinchas albos.

La guerra fría del Pacífico. El pisco: ¿peruano o chileno? (Daniel Titinger): Otro muy buen trabajo, pero quizás el que menos calza con el enfoque del libro. Si en otros textos de esta misma colección prima el lenguaje poético y el estilo literario, aquí sobresale el análisis lúcido e inteligente de este periodista peruano que reflexiona acerca de las relaciones chileno-peruanas a partir de uno de los tantos puntos de conflicto entre estos países: el pisco. Muy buen reporteo, conclusiones interesantes y una escritura fluida y natural.

Interesantes:

Planeta Salamanca. Un pueblo conectado al ciberespacio (Juan Pablo Meneses): Un poblado chileno completamente conectado a Internet (el primero de Latinoamérica), sin duda, es noticia. El gran problema es que el texto, pese a sus bondades estilísticas, está en exceso fraccionado, lo que le quita ritmo y coherencia al relato. Tampoco funciona bien el final forzado y efectista. Pudo tener un mejor tratamiento.

Puta madre. Todas las vidas de la geisha chilena (Andrea Lagos): ¿Queda algún chileno que no conozca la historia de Anita Alvarado? Seguramente pocos. Ninguna persona discute que la geisha es todo un personaje y que detrás de ella hay una buena historia (su estadía en Japón, en particular). Este reportaje es un buen ejercicio de periodismo, pero estéril en su resultado.

La película del fin del mundo. Apariciones y desapariciones de la Virgen de Villa Alemana (Álvaro Bisama): Una buena crónica del auge y caída del “vidente” de Peñablanca, quizás novedosa para las nuevas generaciones, pero insuficiente para los que ya conocen la historia. En contra de este texto –algo de lo cual el autor no es responsable- está la muerte de Miguel Ángel que no se alcanzó a incluir en este trabajo (falleció en el 2008 y el libro fue publicado en el 2007). No sería para nada descabellado retocar el escrito.

Sí, pero con reservas:

Morales Miranda. Un chileno perdido en un campo de concentración nazi (Patricio Jara): Interesante como trabajo literario, pero como reportaje o crónica es escaso. Faltó una investigación más profunda. Luego de leer el texto, al lector le quedan muchas preguntas sin respuesta. Lástima, porque Patricio Jara tenía entre manos una de las mejores historias del libro.

Sumergido. El hundimiento del primer submarino chileno (Gazi Jalil): Otro excelente tema, pero el autor está demasiado preocupado por las buenas descripciones, la creación de imágenes y la precisión de los diálogos como para preocuparse de lo que realmente importa: la historia del submarino. Muchos rodeos y pocas certezas. Mezquino.

Sudamerikan beauty. Cuatro ilegales africanos en el reino de Chile (Werne Núñez): Pudo ser un excelente texto periodístico, sin embargo el autor insiste durante el desarrollo del relato en transformarse en actor principal en desmedro de los africanos ilegales. Pues bien, ése es uno de los pecados de los amantes del periodismo narrativo. Facilidad de palabra, buen ritmo y soltura. Discreto final. Potencial guión de película.

Prescindible:

Clase media. Un ensayo de clase (Marco Antonio de la Parra): Reflexión infumable que más se asemeja a un acto de incontinencia verbal que a otra cosa. Muchas ideas y ejemplos –ininterrumpidos- expuestos en forma confusa. En términos coloquiales: un ladrillazo. Luego de leer este ensayo acerca de la clase media uno se pregunta qué puede rescatar del texto. Difícil sacar algo en limpio. Tuve intenciones de leer nuevamente el escrito para tener algo que decir, pero juro que prefiero releer Ulises de James Joyce.

Editorial Planeta. 244 páginas.
Sumando y restando. Puntuación final del libro: ***

miércoles, 20 de enero de 2010

Caín

“La Biblia es un manual de malas costumbres”, es un libro de “crueldad infinita, incestos y carnicerías”; sin él los seres humanos serían “probablemente mejores”. Declaraciones provocadoras del Premio Nobel de Literatura, José Saramago, que acompañaron la publicación de su última obra, Caín, en la que persiste con su línea crítica hacia el mundo católico que ya trazó con El evangelio según Jesucristo (1991), uno de los títulos más conocidos de su catálogo amplio e irregular.

No hay que ser adivino para saber que las fuertes afirmaciones del escritor portugués provocaron natural escozor en la Iglesia, pero en ningún caso sorpresa. Saramago, nunca ha ocultado su animadversión hacia los símbolos del catolicismo y tiene dardos especialmente afilados para atacar sin piedad a la cabeza de este credo: Dios. Caín, en este sentido, más que una novela, es una excusa puesta al servicio de sus ideas y quizás eso lo distancia de El evangelio…, donde no sólo hay un alegato claro y definido, sino que además se cuenta una muy buena historia.

Da la impresión que Caín perfectamente pudo haber sido un ensayo, porque Saramago repite y estruja su discurso hasta la saciedad y el argumento, elemento esencial en cualquier ficción, queda en un distante segundo o tercer plano, lo que impide disfrutar de una buena novela, independiente del mensaje que está inserto.

Saramago toma como punto de partida la historia de Caín, célebre personaje del Antiguo Testamento (Génesis) por haber asesinado a su hermano Abel, favorito del Señor. Luego del fratricidio, el homicida reconoce su falta pero, lejos de aceptar humildemente el castigo, critica a Dios por no haber impedido esta desgracia pese a tener el poder divino para hacerlo. Sus argumentos no le ayudan a evitar el castigo, pero sí a atenuarlo: es condenado a vagar por la tierra sin derecho a echar raíces, con la única ventaja de que ningún hombre podrá dañarlo.

De esta forma, Caín viaja sin destino fijo y con una marca oscura en su frente, símbolo del castigo impuesto por el Todopoderoso. Tiene la facultad de viajar a través del tiempo y se constituye en una especie de espectador y testigo de las acciones de los humanos.

Quizás lo más polémico del libro es el retrato negativo que se muestra de Dios. Se lo presenta como un ser cruel, autoritario y manipulador; que trata a los hombres y mujeres como si fuesen conejillos de india, obligándolos a hacer pruebas de fe sin sentido, que al final terminan en un baño de sangre y donde culpables e inocentes sufren por igual.

Cuando leía este libro no pude dejar de acordarme del Gran Hermano, personaje de la clásica novela de George Orwell, 1984. El Dios de Caín es un Big Brother a gran escala: vigilante, tramposo, atento frente a cualquier desliz y que rara vez perdona. Es un ser opresor. Caín, entonces, va descubriendo que su propio pecado es mínimo comparado con otros que se cometen en la Tierra y que muchas veces son amparados y propiciados por el propio Todopoderoso.

El atribulado Caín es lo más cercano a un periodista o cronista de nuestro tiempo. Es testigo de episodios bíblicos como la construcción de la Torre de Babel, la destrucción de Sodoma y Gomorra, el Diluvio Universal, entre otros, y luego de observar el calamitoso estado de las cosas llega a una conclusión clave: “Dios está loco y no nos ama”. Lo cierto es que Saramago construye esta novela para que el lector abra los ojos y reflexione respecto de la veracidad de su afirmación. Un tema discutible, pero lo que está fuera de duda es que Caín no funciona bien como novela. Y es que pese a su brevedad, se hace tediosa por lo reiterativo de su discurso. No hay pasajes brillantes -especialidad de Saramago- y el resultado es plano y poco atractivo.

Por último, no puedo dejar de señalar un aspecto que tiene que ver con la escritura. Este texto, al igual que otros del autor portugués, tiene una puntuación arbitraria que le quita fluidez a la lectura. Las frases casi no tienen cortes (muy pocos puntos), lo que genera particular confusión a la hora de leer los diálogos entre los personajes

Esta novela, en definitiva, está lejos de ser un paso adelante en el legado literario de Saramago. Sin duda va a engrosar su catálogo, pero no su leyenda.

Puntuación: **


José Saramago

lunes, 11 de enero de 2010

La elegancia del erizo



Muriel Barbery (1969), con apenas un par de novelas, se ha transformado en una escritora superventas. Con La elegancia del erizo lleva cerca de un millón de ejemplares vendidos (sólo en Francia), varios premios literarios y las traducciones siguen en aumento (27 lenguas es el último cómputo). A esto hay que sumar una adaptación cinematográfica (Lé Herisson) de reciente estreno a cargo de la directora parisina Mona Achache.

La pregunta natural ante semejante suceso literario es casi obvia: ¿Qué tiene esta novela que ha cautivado a tantos lectores? La respuesta inmediata es que tiene numerosos ingredientes muy apetecidos por los amantes de la literatura: drama, humor, inteligencia, personajes queribles, sensibilidad social y, sobre todo, estimula la capacidad de reflexión. Respecto de este último punto, es interesante mencionar que Barbery, que nació en la ciudad marroquí de Casablanca, es profesora de filosofía y eso se nota muchísimo en su obra.
Dos son las protagonistas de esta ficción. Por un lado está una niña de doce años, Paloma, con una inteligencia sobresaliente para su edad y que se siente muy decepcionada de sus relaciones familiares y su entorno. Todo lo encuentra vacío, predecible y poco humano. Es hija de un rico diputado socialista, pero todo el dinero que tiene a su disposición no es suficiente para aplacar sus dos fervientes deseos: quemar su hogar y suicidarse. El otro personaje es la portera del acomodado edificio donde vive Paloma: Reneé. Se trata de una mujer de baja extracción social, pero que no responde al estereotipo esperado. Es extremadamente culta (conoce de filosofía, música, cine y goza de un saludable espíritu crítico), pero para evitar complicaciones aparenta ser una persona corriente.
La novelista construye con profundidad y sutileza a estos dos solitarios personajes que conviven en un territorio hostil, incomunicado, clasista, donde importan los éxitos personales y las apariencias. Quizás lo más llamativo de La elegancia del erizo es precisamente el desalentador retrato que Barbery hace de la clase adinerada francesa. La crítica es brutal, pero la esperanza son estas dos mujeres y un extranjero, el japonés Kakuro Ozu, quien rompe con los rígidos moldes sociales de este acotado universo burgués y ayuda al encuentro de Paloma y Reneé.
Los capítulos de esta obra son brevísimos y en ellos abundan reflexiones matizadas con un humor agudo. Se suceden  ideas, pensamientos y algunos lugares comunes que, seguramente, harán las delicias del lector acostumbrado a subrayar libros y atesorar frases grandilocuentes. Se nota que la autora tiene una extraordinaria capacidad de observación; es capaz de revelar la esencia de un personaje con apenas una mirada, un gesto o una palabra. Hay algo del estilo de Proust (En busca del tiempo perdido) o incluso de Fernando Pessoa (El libro del desasosiego) en este libro pero, claro está, en versión mucho más ligera y accesible.
Estas “ideas profundas” de La elegancia… fatigan un poco, especialmente al comienzo, porque el lector nunca sabe con claridad adónde se dirigen todas estas reflexiones. Se extraña algo más de acción narrativa (ojo, no estoy pensando en El código Da Vinci). Lo de Barbery es algo así como una novela-retrato que bien pudo haber sido un ensayo sobre la incomunicación humana o la falta de sensibilidad social de las clases altas. El gran problema es que la historia tiene poco que ofrecer y se siente algo accesoria.
El final, sorpresivo, rompe en parte el ritmo pausado, distante y contemplativo de La elegancia… Quizás exceso de melodrama. Pero seamos justos, el saldo de la lectura es positivo. Muriel Barbery es una narradora que tiene algo que decir y su mirada del entorno es refrescante. Tiene enormes potencialidades por lo que deberíamos estar atentos a sus próximos trabajos.  




De La elegancia… me quedo con la ironía y el humor de muchas páginas. Por ejemplo, en uno de los pasajes del libro, Reneé reflexiona sobre el trabajo de su amiga Manuela, que limpia varios de los lujosos departamentos del edificio:
“…Manuela ha limpiado minuciosamente con bastoncillos de algodón, hasta dejarlos impolutos, unos retretes de postín cubiertos de pan de oro que, no obstante, son tan sucios y apestosos como todos los meaderos y cagaderos del mundo, porque si hay una cosa que los ricos comparten a su pesar con los pobres es unos intestinos nauseabundos…”.
No tengo claro si esta novela es un “cautivador himno a la vida” o desborda “ternura y originalidad” como se publicita en la contraportada del ejemplar que tengo en mis manos, pero bien vale la pena averiguar por cuenta propia por qué todo el mundo habla de La elegancia del erizo.
El libro tiene 367 páginas y está editado por Seix Barral.
Puntuación: ***

lunes, 4 de enero de 2010

El cazador de autógrafos

Es la niña mimada de la nueva literatura inglesa. Con su debut, Dientes blancos, conquistó a los críticos de su país y ganó todos los premios que quiso (Whitebread para Primera Novela, el galardón Black Memorial James Tait para Narrativa, etc.). Sus seguidores crecen exponencialmente y ya no están recluidos sólo en el Reino Unido. Pues bien, los antecedentes indican que un lector que se precie de cosmopolita –más aún si es adulto joven- tiene la obligación de explorar la pluma de la londinense Zadie Smith. No leí la afamada Dientes blancos –desconfío de los libros tan ultra recomendados-, pero sí llegó a mis manos su segunda novela: El cazador de autógrafos. Es cierto, soy un lector exigente y me molesta profundamente perder el tiempo, pero también tengo mi lado masoquista y, por más que quiera dejar de leer un libro aburrido, lo sigo leyendo para ver si en algún minuto remonta.

Cinco, seis o siete veces estuve tentado de abandonar a Zadie Smith y su cazador de autógrafos. No sé si valió la pena, pero al menos lo concluí. ¿La trama? El nombre de la novela lo indica todo: Alex-Li Tandem es un joven de origen chino y judío que se dedica a comprar y vender autógrafos de celebridades de todos los ámbitos. También los consigue de primera mano y en algunas oportunidades, si son muy escasos, los falsifica. Está obsesionado con una olvidada actriz de la Edad de Oro de Hollywood, Kitty Alexander, que vive enclaustrada en un barrio de Brooklyn, Nueva York. Tandem, como buen cazador, quiere su firma a toda costa y no cejará en su búsqueda.

Luego de un prólogo prometedor, el libro se divide en dos. La primera parte muestra al protagonista en su barrio de Montjoy, Londres, donde se relaciona con un grupo de extraños amigos, que también participan del negocio de los autógrafos. En la segunda mitad, Tandem viaja a Estados Unidos a una Feria Internacional de autógrafos, pero con el deseo íntimo de encontrar a Kitty.














Para decirlo con todas sus letras: hasta la página 208 (que es donde termina la primera parte de la novela) el libro es un desperdicio. Me enseñaron en la escuela de Periodismo que debía evitar los adjetivos calificativos gratuitos (o aún mejor, que me olvidara de ellos), sin embargo me faltan palabras para juzgar esas benditas 208 páginas. No es que la pluma de Zadie Smith sea desdeñable, todo lo contrario, tiene facilidad para el diálogo y se nota que es inteligente, pero la historia que cuenta es irrelevante, no tiene ritmo y no hay ningún personaje (NINGUNO) que llame la atención o por último que genere algo de empatía con el lector. Smith, como además quiere demostrar que es culta y despierta, que conoce de cine y literatura, se exige demasiado y termina por experimentar en exceso con la estructura narrativa (muy fraccionada y confusa) y aburrir con citas de cultura general que no aportan gran cosa.

Se dice que después de un temporal viene la calma. Bien, en la segunda parte todo mejora: el relato gana en continuidad, hay episodios interesantes y el protagonista adquiere mayor peso y su mirada del entorno se hace más compleja e interesante. Este repunte coincide justamente cuando Tandem viaja a Nueva York y busca a su querida actriz de la que no se tienen noticias. La historia por momentos se torna delirante y aparecen notas de humor que contrastan con la sombría primera mitad del cazador de autógrafos. En este sentido, es vital el personaje de Kitty Alexander que le da vida a una trama que nunca termina por despegar.

En las últimas cincuenta páginas Zadie Smith pierde el control de su disparatada ficción. Los hechos se vuelven inverosímiles y el exceso de religión -con un afán moralizante, que es lo peor-, terminan por destruir cualquier buena intención literaria. No he leído cómo la crítica recibió esta segunda novela de la joven escritora británica de 34 años, pero para el caso poco importa. ¿Debo leer ahora Dientes blancos? No lo sé, pero al menos ahora tengo, como el título de una película de Hitchcock, más allá de una duda razonable.

Puntuación: *1/2

martes, 29 de diciembre de 2009

500 Autorretratos

Ya lo dije en una oportunidad: soy un fanático de los buenos libros de pintura. En esta Navidad parece que alguien se percató de ese detalle y me regaló 500 Autorretratos (Phaidon). Más que decir “ya lo leí”, debo decir “ya lo vi”. Es un volumen tamaño bolsillo y portada rústica, pero que cumple en lo que realmente importa: las ilustraciones (claras, brillantes y a todo color). El texto introductorio es revelador, sin embargo un poco escueto si se piensa que el libro sólo lo componen las imágenes de las obras, nada más.


El primer autorretrato del presente volumen está fechado hacia el 2.350 a.C. (del artista egipcio Ni-Ankh-Pth) que corresponde a un detalle del relieve de una tumba. De ahí en adelante –el último autorretrato seleccionado data de 1997- desfilarán toda clase de artistas y, aquí lo interesante, toda clase de técnicas. Es decir, no sólo hay obras en óleo, sino también en pastel, lápiz, acuarela, carboncillo, fotografía, escultura, técnicas mixtas, etc. Diversidad que ayuda a brindar un muy buen panorama del desarrollo de esta temática tan particular y que, de paso, nos ayuda a conocer la imagen que de sí mismos tienen los propios creadores.

Por supuesto, aparecen los autorretratos imprescindibles en cualquier compilación de este tipo: Ticiano, Van Gogh, Rembrandt, Picasso, Da Vinci, Renoir, Cezanne, Dalí y tantos otros. Pero lo interesante de esta publicación es que no se queda en los “grandes éxitos”, sino que incorpora las obras de artistas antiguos y modernos no tan conocidos (al menos para el gran público) pero igualmente valiosos. En este segmento podemos destacar sobresalientes autorretratos de pintores como Giulo Romano, Lambert Lombard, Carel Fabritius, Léon Spilliaert y Giorgio Morandi.

Ahora bien, yo sé que en gustos no hay nada escrito, pero también tengo mi lista de favoritos: me encantó el efecto de la luz sobre el rostro de Tintoretto; los atractivos azules difuminados del pastel de Maurice Quentin De La Tour; los puros y fuertes colores utilizados por Alexei Jawlensky; el autorretrato con capa de Picasso; la armonía cromática de la obra de Rothko; el hombre desesperado de Courbet y el enigmático autorretrato con cigarrillo de Edvard Munch.

Lo fascinante de este tipo de libros es que estimulan la curiosidad del lector por conocer todavía más sobre la obra de los artistas que aparecen en este compilado. Es justamente ésa la manera como podemos sacarle el máximo provecho a este encantador libro editado por Phaidon. Un detalle anecdótico es la rara sensación del lector de sentirse observado por los artistas; rostros con miradas desafiantes, inseguras, desconfiadas, alegres y no pocos que buscan evadir una mirada frontal. Recomendable no sólo para los amantes del arte. Puntuación: ****

Maurice Quentin De La Tour


Edvard Munch

Tintoretto

martes, 22 de diciembre de 2009

El principito: basado en la obra de Antoine De Saint-Exupery


Creo que soy un sentimental sin remedio. Cada vez que leo El principito de Antoine De Saint-Exupery termino con lágrimas en los ojos. No puedo evitarlo. Es una historia en apariencia simple, pero de un contenido humano tan fuerte y avasallador, que nunca deja de conmoverme. Es un clásico imperecedero y transversal que no en vano ha sido traducido a más de 180 lenguas. Por eso cuando llegó a mis manos un cómic basado en este libro con un aura de intocable, mi actitud inicial fue de escepticismo.

Vamos por parte. El guionista y dibujante francés Joann Sfar fue el encargado de la adaptación de los textos y de realizar los dibujos. La primera sensación, que no es del todo negativa, es que hubo una enorme fidelidad respecto de la novela original. No hay grandes deslices, de modo que para los que esperaban elementos nuevos o mayor audacia desde el punto de vista narrativo, este cómic puede resultar una verdadera decepción. Los textos en general son parcos y las transiciones entre cuadros son adecuadas, lo que ayuda a mantener un buen ritmo hasta el final.

Por otra parte, aunque no soy un especialista en cómics, sí puedo comentar que los dibujos llenaron mis expectativas: líneas simples, colores atractivos (mínimos, pero sólidos y bien puros) y un buen gusto a toda prueba. Los cuadros nocturnos están especialmente logrados con azules saturados y hermosos violetas. Insisto, para los que busquen una reinterpretación visual de El principito, el efecto final también puede ser de desilusión. Pero, ¿es necesario cambiar la esencia de El principito? Esta reflexión me viene a la mente cuando acabo de leer una crítica sobre una función especial del ballet Cascanueces de Tchaikovsky. Parece que un coreógrafo quiso innovar más de la cuenta e hizo cambios estructurales tanto en la trama como en la importancia de algunos personajes. El juicio del crítico fue que se trató de un Cascanueces “extraño” que se alejó de la esencia de la obra. Pues bien, parece que Joann Sfar, el artista encargado de llevar a la práctica este Principito versión comic, no quiso riesgos de ningún tipo. Los acérrimos de Saint-Exupery lo agradecerán con ganas, mientras que los más audaces quedarán con gusto a poco. 


El texto está editado por Océano-Travesía y tiene 109 páginas. 

Puntuación: ****

viernes, 11 de diciembre de 2009

Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay



Me demoré en escribir este último comentario porque el libro que acabo de terminar de leer tiene…600 páginas. Es lo que se llama una novela monumental o novelón. Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay del joven Michael Chabon (1963), se publicó en Estados Unidos en el 2000 y un año más tarde obtuvo el prestigioso Premio Pulitzer (ficción). Difícil comentar una obra tan aclamada por la crítica, pero también muy apreciada por los lectores. Puede parecer pedante encontrarle “peros” a un texto que aparentemente no los tiene, sin embargo desde mi punto de vista no todo funciona aquí de maravillas.

Para no estar tan perdidos, una síntesis de la historia: el protagonista de la novela es Joe Kavalier, un judío que huye de la ciudad de Praga cercada por los nazis y que busca un refugio en Norteamérica, en la cosmopolita Nueva York, donde viven algunos parientes. Es un eximio dibujante y con su primo Sammy Clay -respetable narrador- une fuerzas para entrar en un negocio de moda: el mundo del comic. Estamos hablando nada menos que de la edad de oro de la industria del comic estadounidense (fines de la década del 30), en cuya cima reina el poderoso Superman. Pero Kavalier y Clay no quieren ser menos en este incipiente negocio y a toda velocidad crean al superhéroe denominado Escapista, que se transforma en uno de los predilectos de la ávida masa de lectores. Sin embargo, Joe no está tranquilo. Quiere traer a su familia a Estados Unidos -partiendo por su querido hermano Thomas- y así alejarla de la amenaza nazi, pero sus sueños se complican en la práctica.

Las asombrosas aventuras… es un titánico esfuerzo de Chabon por sorprender al lector con una historia imaginativa, pero a la vez sólida, personajes queribles y con abundancia de situaciones inverosímiles como si fuese una historieta de comic. La escritura es fluida, simple y directa, lo que ayuda en ocasiones a no perder la paciencia cuando el asunto se alarga más de la cuenta. Y es que ahí, según mi perspectiva, está el gran “pero” de esta obra: sobran muchísimas páginas. Si bien hay capítulos bien áridos –para evitar decir aburridos- como el inicial (“El artista de la fuga”), creo que Chabon se equivocó particularmente en el apartado final al alargarlo demasiado. Exceso de explicaciones que buscan que al lector le quede todo perfectamente claro, terminan por cansar, además se pierde la magia y los personajes se transforman en seres predecibles y obvios.

Otro punto que me extrañó y no me atrevería a llamarlo un “pero” es que todos los personajes, aunque muy distintos en cuanto a sus gustos y personalidades, comparten un rasgo sospechoso: son extremadamente contenidos. Ninguno de los protagonistas de esta historia explota ni desborda sentimientos. Es cierto, estas emociones impulsan y motivan conductas, sin embargo sus rostros, salvo pequeñísimas excepciones, permanecen siempre impávidos. Y es raro, porque aquí el drama con mayúsculas abunda. Quién sabe, quizás sus personalidades son similares a los cómics que ellos mismos escriben, capaces de levantarse como si nada frente a las adversidades (¿ése fue el objetivo?). En todo caso, en ocasiones el lector pide a gritos un poco más de expresividad, pero ésta nunca llega.

Tampoco puedo dejar de reconocer que se me hicieron eternas las páginas en que se cuentan las historias de los superhéroes creados por Kavalier y Clay. Pienso que estas digresiones le quitan ritmo a la historia y no tienen ningún aporte concreto.

Las asombrosas aventuras... no es una novela luminosa, es más bien sombría, atormentada y triste como el lánguido Joe Kavalier. Sin duda es una obra completísima, con episodios delirantes (atención al capítulo “Radiotelegrafista”) y otros de mucha belleza (relación de Kavalier con su hermano Thomas). No sé si merecedor del Pulitzer, pero sí para disfrutar con ganas.

Publicado bajo el sello Mondadori.

Puntuación: ****

Michael Chabon