miércoles, 27 de enero de 2010

Dios es chileno

Desde mi punto de vista, el mejor periodismo es el que no tiene fecha de vencimiento. Es decir, el que se puede leer en cualquier época y no pierde un ápice de su interés. No importa que el asesinato de la familia Holcomb, en Kansas (EE.UU.), haya ocurrido hace más de 50 años. Gracias a Truman Capote, periodista-escritor que se interesó en ese escalofriante suceso, se seguirá leyendo A sangre fría hasta el fin de los tiempos. Eso sí, para que estos textos perduren, se requiere algo más que manejar correctamente el lenguaje escrito y tener entre manos una buena historia; se necesita una importante cuota de talento, inventiva y saber dominar los recursos literarios que utiliza la novela y el cuento. Tom Wolfe categorizó este estilo como Nuevo Periodismo.

Antologías que recogen lo más granado del periodismo se suman día a día. Uno de estos volúmenes de reciente aparición tiene el sugestivo nombre de Dios es chileno. Se trata de un compilado de diez trabajos periodísticos sobre los más variados temas, pero con un hilo conductor: la identidad chilena. Pues bien, ¿vale la pena leer este nuevo libro de crónicas que postula, según la contraportada, a ser “el mejor periodismo literario del momento”? A continuación, mis impresiones muy sucintas sobre cada uno de los textos:

Los mejores de esta colección:

El tragakilómetros. Las carreras de Manuel Plaza (Alejandra Costamagna): Detallado retrato del legendario maratonista Manuel Plaza, el primer deportista que le entregó una medalla a Chile en unos Juegos Olímpicos (Amsterdam, 1928). Texto bien escrito, con un estilo marcadamente literario y que se lee con mucho interés, pese a algunas imprecisiones. Tiene todos los ingredientes de una buena historia y dan ganas de seguir profundizando en este particular personaje.

El hincha fantasma. El jugador número 12 de la final de la Copa Libertadores 1991 (Luis Miranda Valderrama): Uno de los mejores trabajos periodísticos de la antología. Aquí el periodista investiga qué fue del mítico hincha de Colo Colo que se fotografió con el plantel en el partido final de la Copa Libertadores de América (1991). Hay drama, suspenso y emotividad a raudales. Es de esos reportajes en que es obligatorio llegar al final del texto, porque de otro modo te perderías la sorpresa. Imperdible y, ojo, no sólo para los hinchas albos.

La guerra fría del Pacífico. El pisco: ¿peruano o chileno? (Daniel Titinger): Otro muy buen trabajo, pero quizás el que menos calza con el enfoque del libro. Si en otros textos de esta misma colección prima el lenguaje poético y el estilo literario, aquí sobresale el análisis lúcido e inteligente de este periodista peruano que reflexiona acerca de las relaciones chileno-peruanas a partir de uno de los tantos puntos de conflicto entre estos países: el pisco. Muy buen reporteo, conclusiones interesantes y una escritura fluida y natural.

Interesantes:

Planeta Salamanca. Un pueblo conectado al ciberespacio (Juan Pablo Meneses): Un poblado chileno completamente conectado a Internet (el primero de Latinoamérica), sin duda, es noticia. El gran problema es que el texto, pese a sus bondades estilísticas, está en exceso fraccionado, lo que le quita ritmo y coherencia al relato. Tampoco funciona bien el final forzado y efectista. Pudo tener un mejor tratamiento.

Puta madre. Todas las vidas de la geisha chilena (Andrea Lagos): ¿Queda algún chileno que no conozca la historia de Anita Alvarado? Seguramente pocos. Ninguna persona discute que la geisha es todo un personaje y que detrás de ella hay una buena historia (su estadía en Japón, en particular). Este reportaje es un buen ejercicio de periodismo, pero estéril en su resultado.

La película del fin del mundo. Apariciones y desapariciones de la Virgen de Villa Alemana (Álvaro Bisama): Una buena crónica del auge y caída del “vidente” de Peñablanca, quizás novedosa para las nuevas generaciones, pero insuficiente para los que ya conocen la historia. En contra de este texto –algo de lo cual el autor no es responsable- está la muerte de Miguel Ángel que no se alcanzó a incluir en este trabajo (falleció en el 2008 y el libro fue publicado en el 2007). No sería para nada descabellado retocar el escrito.

Sí, pero con reservas:

Morales Miranda. Un chileno perdido en un campo de concentración nazi (Patricio Jara): Interesante como trabajo literario, pero como reportaje o crónica es escaso. Faltó una investigación más profunda. Luego de leer el texto, al lector le quedan muchas preguntas sin respuesta. Lástima, porque Patricio Jara tenía entre manos una de las mejores historias del libro.

Sumergido. El hundimiento del primer submarino chileno (Gazi Jalil): Otro excelente tema, pero el autor está demasiado preocupado por las buenas descripciones, la creación de imágenes y la precisión de los diálogos como para preocuparse de lo que realmente importa: la historia del submarino. Muchos rodeos y pocas certezas. Mezquino.

Sudamerikan beauty. Cuatro ilegales africanos en el reino de Chile (Werne Núñez): Pudo ser un excelente texto periodístico, sin embargo el autor insiste durante el desarrollo del relato en transformarse en actor principal en desmedro de los africanos ilegales. Pues bien, ése es uno de los pecados de los amantes del periodismo narrativo. Facilidad de palabra, buen ritmo y soltura. Discreto final. Potencial guión de película.

Prescindible:

Clase media. Un ensayo de clase (Marco Antonio de la Parra): Reflexión infumable que más se asemeja a un acto de incontinencia verbal que a otra cosa. Muchas ideas y ejemplos –ininterrumpidos- expuestos en forma confusa. En términos coloquiales: un ladrillazo. Luego de leer este ensayo acerca de la clase media uno se pregunta qué puede rescatar del texto. Difícil sacar algo en limpio. Tuve intenciones de leer nuevamente el escrito para tener algo que decir, pero juro que prefiero releer Ulises de James Joyce.

Editorial Planeta. 244 páginas.
Sumando y restando. Puntuación final del libro: ***

miércoles, 20 de enero de 2010

Caín

“La Biblia es un manual de malas costumbres”, es un libro de “crueldad infinita, incestos y carnicerías”; sin él los seres humanos serían “probablemente mejores”. Declaraciones provocadoras del Premio Nobel de Literatura, José Saramago, que acompañaron la publicación de su última obra, Caín, en la que persiste con su línea crítica hacia el mundo católico que ya trazó con El evangelio según Jesucristo (1991), uno de los títulos más conocidos de su catálogo amplio e irregular.

No hay que ser adivino para saber que las fuertes afirmaciones del escritor portugués provocaron natural escozor en la Iglesia, pero en ningún caso sorpresa. Saramago, nunca ha ocultado su animadversión hacia los símbolos del catolicismo y tiene dardos especialmente afilados para atacar sin piedad a la cabeza de este credo: Dios. Caín, en este sentido, más que una novela, es una excusa puesta al servicio de sus ideas y quizás eso lo distancia de El evangelio…, donde no sólo hay un alegato claro y definido, sino que además se cuenta una muy buena historia.

Da la impresión que Caín perfectamente pudo haber sido un ensayo, porque Saramago repite y estruja su discurso hasta la saciedad y el argumento, elemento esencial en cualquier ficción, queda en un distante segundo o tercer plano, lo que impide disfrutar de una buena novela, independiente del mensaje que está inserto.

Saramago toma como punto de partida la historia de Caín, célebre personaje del Antiguo Testamento (Génesis) por haber asesinado a su hermano Abel, favorito del Señor. Luego del fratricidio, el homicida reconoce su falta pero, lejos de aceptar humildemente el castigo, critica a Dios por no haber impedido esta desgracia pese a tener el poder divino para hacerlo. Sus argumentos no le ayudan a evitar el castigo, pero sí a atenuarlo: es condenado a vagar por la tierra sin derecho a echar raíces, con la única ventaja de que ningún hombre podrá dañarlo.

De esta forma, Caín viaja sin destino fijo y con una marca oscura en su frente, símbolo del castigo impuesto por el Todopoderoso. Tiene la facultad de viajar a través del tiempo y se constituye en una especie de espectador y testigo de las acciones de los humanos.

Quizás lo más polémico del libro es el retrato negativo que se muestra de Dios. Se lo presenta como un ser cruel, autoritario y manipulador; que trata a los hombres y mujeres como si fuesen conejillos de india, obligándolos a hacer pruebas de fe sin sentido, que al final terminan en un baño de sangre y donde culpables e inocentes sufren por igual.

Cuando leía este libro no pude dejar de acordarme del Gran Hermano, personaje de la clásica novela de George Orwell, 1984. El Dios de Caín es un Big Brother a gran escala: vigilante, tramposo, atento frente a cualquier desliz y que rara vez perdona. Es un ser opresor. Caín, entonces, va descubriendo que su propio pecado es mínimo comparado con otros que se cometen en la Tierra y que muchas veces son amparados y propiciados por el propio Todopoderoso.

El atribulado Caín es lo más cercano a un periodista o cronista de nuestro tiempo. Es testigo de episodios bíblicos como la construcción de la Torre de Babel, la destrucción de Sodoma y Gomorra, el Diluvio Universal, entre otros, y luego de observar el calamitoso estado de las cosas llega a una conclusión clave: “Dios está loco y no nos ama”. Lo cierto es que Saramago construye esta novela para que el lector abra los ojos y reflexione respecto de la veracidad de su afirmación. Un tema discutible, pero lo que está fuera de duda es que Caín no funciona bien como novela. Y es que pese a su brevedad, se hace tediosa por lo reiterativo de su discurso. No hay pasajes brillantes -especialidad de Saramago- y el resultado es plano y poco atractivo.

Por último, no puedo dejar de señalar un aspecto que tiene que ver con la escritura. Este texto, al igual que otros del autor portugués, tiene una puntuación arbitraria que le quita fluidez a la lectura. Las frases casi no tienen cortes (muy pocos puntos), lo que genera particular confusión a la hora de leer los diálogos entre los personajes

Esta novela, en definitiva, está lejos de ser un paso adelante en el legado literario de Saramago. Sin duda va a engrosar su catálogo, pero no su leyenda.

Puntuación: **


José Saramago

lunes, 11 de enero de 2010

La elegancia del erizo



Muriel Barbery (1969), con apenas un par de novelas, se ha transformado en una escritora superventas. Con La elegancia del erizo lleva cerca de un millón de ejemplares vendidos (sólo en Francia), varios premios literarios y las traducciones siguen en aumento (27 lenguas es el último cómputo). A esto hay que sumar una adaptación cinematográfica (Lé Herisson) de reciente estreno a cargo de la directora parisina Mona Achache.

La pregunta natural ante semejante suceso literario es casi obvia: ¿Qué tiene esta novela que ha cautivado a tantos lectores? La respuesta inmediata es que tiene numerosos ingredientes muy apetecidos por los amantes de la literatura: drama, humor, inteligencia, personajes queribles, sensibilidad social y, sobre todo, estimula la capacidad de reflexión. Respecto de este último punto, es interesante mencionar que Barbery, que nació en la ciudad marroquí de Casablanca, es profesora de filosofía y eso se nota muchísimo en su obra.
Dos son las protagonistas de esta ficción. Por un lado está una niña de doce años, Paloma, con una inteligencia sobresaliente para su edad y que se siente muy decepcionada de sus relaciones familiares y su entorno. Todo lo encuentra vacío, predecible y poco humano. Es hija de un rico diputado socialista, pero todo el dinero que tiene a su disposición no es suficiente para aplacar sus dos fervientes deseos: quemar su hogar y suicidarse. El otro personaje es la portera del acomodado edificio donde vive Paloma: Reneé. Se trata de una mujer de baja extracción social, pero que no responde al estereotipo esperado. Es extremadamente culta (conoce de filosofía, música, cine y goza de un saludable espíritu crítico), pero para evitar complicaciones aparenta ser una persona corriente.
La novelista construye con profundidad y sutileza a estos dos solitarios personajes que conviven en un territorio hostil, incomunicado, clasista, donde importan los éxitos personales y las apariencias. Quizás lo más llamativo de La elegancia del erizo es precisamente el desalentador retrato que Barbery hace de la clase adinerada francesa. La crítica es brutal, pero la esperanza son estas dos mujeres y un extranjero, el japonés Kakuro Ozu, quien rompe con los rígidos moldes sociales de este acotado universo burgués y ayuda al encuentro de Paloma y Reneé.
Los capítulos de esta obra son brevísimos y en ellos abundan reflexiones matizadas con un humor agudo. Se suceden  ideas, pensamientos y algunos lugares comunes que, seguramente, harán las delicias del lector acostumbrado a subrayar libros y atesorar frases grandilocuentes. Se nota que la autora tiene una extraordinaria capacidad de observación; es capaz de revelar la esencia de un personaje con apenas una mirada, un gesto o una palabra. Hay algo del estilo de Proust (En busca del tiempo perdido) o incluso de Fernando Pessoa (El libro del desasosiego) en este libro pero, claro está, en versión mucho más ligera y accesible.
Estas “ideas profundas” de La elegancia… fatigan un poco, especialmente al comienzo, porque el lector nunca sabe con claridad adónde se dirigen todas estas reflexiones. Se extraña algo más de acción narrativa (ojo, no estoy pensando en El código Da Vinci). Lo de Barbery es algo así como una novela-retrato que bien pudo haber sido un ensayo sobre la incomunicación humana o la falta de sensibilidad social de las clases altas. El gran problema es que la historia tiene poco que ofrecer y se siente algo accesoria.
El final, sorpresivo, rompe en parte el ritmo pausado, distante y contemplativo de La elegancia… Quizás exceso de melodrama. Pero seamos justos, el saldo de la lectura es positivo. Muriel Barbery es una narradora que tiene algo que decir y su mirada del entorno es refrescante. Tiene enormes potencialidades por lo que deberíamos estar atentos a sus próximos trabajos.  




De La elegancia… me quedo con la ironía y el humor de muchas páginas. Por ejemplo, en uno de los pasajes del libro, Reneé reflexiona sobre el trabajo de su amiga Manuela, que limpia varios de los lujosos departamentos del edificio:
“…Manuela ha limpiado minuciosamente con bastoncillos de algodón, hasta dejarlos impolutos, unos retretes de postín cubiertos de pan de oro que, no obstante, son tan sucios y apestosos como todos los meaderos y cagaderos del mundo, porque si hay una cosa que los ricos comparten a su pesar con los pobres es unos intestinos nauseabundos…”.
No tengo claro si esta novela es un “cautivador himno a la vida” o desborda “ternura y originalidad” como se publicita en la contraportada del ejemplar que tengo en mis manos, pero bien vale la pena averiguar por cuenta propia por qué todo el mundo habla de La elegancia del erizo.
El libro tiene 367 páginas y está editado por Seix Barral.
Puntuación: ***

lunes, 4 de enero de 2010

El cazador de autógrafos

Es la niña mimada de la nueva literatura inglesa. Con su debut, Dientes blancos, conquistó a los críticos de su país y ganó todos los premios que quiso (Whitebread para Primera Novela, el galardón Black Memorial James Tait para Narrativa, etc.). Sus seguidores crecen exponencialmente y ya no están recluidos sólo en el Reino Unido. Pues bien, los antecedentes indican que un lector que se precie de cosmopolita –más aún si es adulto joven- tiene la obligación de explorar la pluma de la londinense Zadie Smith. No leí la afamada Dientes blancos –desconfío de los libros tan ultra recomendados-, pero sí llegó a mis manos su segunda novela: El cazador de autógrafos. Es cierto, soy un lector exigente y me molesta profundamente perder el tiempo, pero también tengo mi lado masoquista y, por más que quiera dejar de leer un libro aburrido, lo sigo leyendo para ver si en algún minuto remonta.

Cinco, seis o siete veces estuve tentado de abandonar a Zadie Smith y su cazador de autógrafos. No sé si valió la pena, pero al menos lo concluí. ¿La trama? El nombre de la novela lo indica todo: Alex-Li Tandem es un joven de origen chino y judío que se dedica a comprar y vender autógrafos de celebridades de todos los ámbitos. También los consigue de primera mano y en algunas oportunidades, si son muy escasos, los falsifica. Está obsesionado con una olvidada actriz de la Edad de Oro de Hollywood, Kitty Alexander, que vive enclaustrada en un barrio de Brooklyn, Nueva York. Tandem, como buen cazador, quiere su firma a toda costa y no cejará en su búsqueda.

Luego de un prólogo prometedor, el libro se divide en dos. La primera parte muestra al protagonista en su barrio de Montjoy, Londres, donde se relaciona con un grupo de extraños amigos, que también participan del negocio de los autógrafos. En la segunda mitad, Tandem viaja a Estados Unidos a una Feria Internacional de autógrafos, pero con el deseo íntimo de encontrar a Kitty.














Para decirlo con todas sus letras: hasta la página 208 (que es donde termina la primera parte de la novela) el libro es un desperdicio. Me enseñaron en la escuela de Periodismo que debía evitar los adjetivos calificativos gratuitos (o aún mejor, que me olvidara de ellos), sin embargo me faltan palabras para juzgar esas benditas 208 páginas. No es que la pluma de Zadie Smith sea desdeñable, todo lo contrario, tiene facilidad para el diálogo y se nota que es inteligente, pero la historia que cuenta es irrelevante, no tiene ritmo y no hay ningún personaje (NINGUNO) que llame la atención o por último que genere algo de empatía con el lector. Smith, como además quiere demostrar que es culta y despierta, que conoce de cine y literatura, se exige demasiado y termina por experimentar en exceso con la estructura narrativa (muy fraccionada y confusa) y aburrir con citas de cultura general que no aportan gran cosa.

Se dice que después de un temporal viene la calma. Bien, en la segunda parte todo mejora: el relato gana en continuidad, hay episodios interesantes y el protagonista adquiere mayor peso y su mirada del entorno se hace más compleja e interesante. Este repunte coincide justamente cuando Tandem viaja a Nueva York y busca a su querida actriz de la que no se tienen noticias. La historia por momentos se torna delirante y aparecen notas de humor que contrastan con la sombría primera mitad del cazador de autógrafos. En este sentido, es vital el personaje de Kitty Alexander que le da vida a una trama que nunca termina por despegar.

En las últimas cincuenta páginas Zadie Smith pierde el control de su disparatada ficción. Los hechos se vuelven inverosímiles y el exceso de religión -con un afán moralizante, que es lo peor-, terminan por destruir cualquier buena intención literaria. No he leído cómo la crítica recibió esta segunda novela de la joven escritora británica de 34 años, pero para el caso poco importa. ¿Debo leer ahora Dientes blancos? No lo sé, pero al menos ahora tengo, como el título de una película de Hitchcock, más allá de una duda razonable.

Puntuación: *1/2