lunes, 11 de enero de 2010

La elegancia del erizo



Muriel Barbery (1969), con apenas un par de novelas, se ha transformado en una escritora superventas. Con La elegancia del erizo lleva cerca de un millón de ejemplares vendidos (sólo en Francia), varios premios literarios y las traducciones siguen en aumento (27 lenguas es el último cómputo). A esto hay que sumar una adaptación cinematográfica (Lé Herisson) de reciente estreno a cargo de la directora parisina Mona Achache.

La pregunta natural ante semejante suceso literario es casi obvia: ¿Qué tiene esta novela que ha cautivado a tantos lectores? La respuesta inmediata es que tiene numerosos ingredientes muy apetecidos por los amantes de la literatura: drama, humor, inteligencia, personajes queribles, sensibilidad social y, sobre todo, estimula la capacidad de reflexión. Respecto de este último punto, es interesante mencionar que Barbery, que nació en la ciudad marroquí de Casablanca, es profesora de filosofía y eso se nota muchísimo en su obra.
Dos son las protagonistas de esta ficción. Por un lado está una niña de doce años, Paloma, con una inteligencia sobresaliente para su edad y que se siente muy decepcionada de sus relaciones familiares y su entorno. Todo lo encuentra vacío, predecible y poco humano. Es hija de un rico diputado socialista, pero todo el dinero que tiene a su disposición no es suficiente para aplacar sus dos fervientes deseos: quemar su hogar y suicidarse. El otro personaje es la portera del acomodado edificio donde vive Paloma: Reneé. Se trata de una mujer de baja extracción social, pero que no responde al estereotipo esperado. Es extremadamente culta (conoce de filosofía, música, cine y goza de un saludable espíritu crítico), pero para evitar complicaciones aparenta ser una persona corriente.
La novelista construye con profundidad y sutileza a estos dos solitarios personajes que conviven en un territorio hostil, incomunicado, clasista, donde importan los éxitos personales y las apariencias. Quizás lo más llamativo de La elegancia del erizo es precisamente el desalentador retrato que Barbery hace de la clase adinerada francesa. La crítica es brutal, pero la esperanza son estas dos mujeres y un extranjero, el japonés Kakuro Ozu, quien rompe con los rígidos moldes sociales de este acotado universo burgués y ayuda al encuentro de Paloma y Reneé.
Los capítulos de esta obra son brevísimos y en ellos abundan reflexiones matizadas con un humor agudo. Se suceden  ideas, pensamientos y algunos lugares comunes que, seguramente, harán las delicias del lector acostumbrado a subrayar libros y atesorar frases grandilocuentes. Se nota que la autora tiene una extraordinaria capacidad de observación; es capaz de revelar la esencia de un personaje con apenas una mirada, un gesto o una palabra. Hay algo del estilo de Proust (En busca del tiempo perdido) o incluso de Fernando Pessoa (El libro del desasosiego) en este libro pero, claro está, en versión mucho más ligera y accesible.
Estas “ideas profundas” de La elegancia… fatigan un poco, especialmente al comienzo, porque el lector nunca sabe con claridad adónde se dirigen todas estas reflexiones. Se extraña algo más de acción narrativa (ojo, no estoy pensando en El código Da Vinci). Lo de Barbery es algo así como una novela-retrato que bien pudo haber sido un ensayo sobre la incomunicación humana o la falta de sensibilidad social de las clases altas. El gran problema es que la historia tiene poco que ofrecer y se siente algo accesoria.
El final, sorpresivo, rompe en parte el ritmo pausado, distante y contemplativo de La elegancia… Quizás exceso de melodrama. Pero seamos justos, el saldo de la lectura es positivo. Muriel Barbery es una narradora que tiene algo que decir y su mirada del entorno es refrescante. Tiene enormes potencialidades por lo que deberíamos estar atentos a sus próximos trabajos.  




De La elegancia… me quedo con la ironía y el humor de muchas páginas. Por ejemplo, en uno de los pasajes del libro, Reneé reflexiona sobre el trabajo de su amiga Manuela, que limpia varios de los lujosos departamentos del edificio:
“…Manuela ha limpiado minuciosamente con bastoncillos de algodón, hasta dejarlos impolutos, unos retretes de postín cubiertos de pan de oro que, no obstante, son tan sucios y apestosos como todos los meaderos y cagaderos del mundo, porque si hay una cosa que los ricos comparten a su pesar con los pobres es unos intestinos nauseabundos…”.
No tengo claro si esta novela es un “cautivador himno a la vida” o desborda “ternura y originalidad” como se publicita en la contraportada del ejemplar que tengo en mis manos, pero bien vale la pena averiguar por cuenta propia por qué todo el mundo habla de La elegancia del erizo.
El libro tiene 367 páginas y está editado por Seix Barral.
Puntuación: ***

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