miércoles, 20 de enero de 2010

Caín

“La Biblia es un manual de malas costumbres”, es un libro de “crueldad infinita, incestos y carnicerías”; sin él los seres humanos serían “probablemente mejores”. Declaraciones provocadoras del Premio Nobel de Literatura, José Saramago, que acompañaron la publicación de su última obra, Caín, en la que persiste con su línea crítica hacia el mundo católico que ya trazó con El evangelio según Jesucristo (1991), uno de los títulos más conocidos de su catálogo amplio e irregular.

No hay que ser adivino para saber que las fuertes afirmaciones del escritor portugués provocaron natural escozor en la Iglesia, pero en ningún caso sorpresa. Saramago, nunca ha ocultado su animadversión hacia los símbolos del catolicismo y tiene dardos especialmente afilados para atacar sin piedad a la cabeza de este credo: Dios. Caín, en este sentido, más que una novela, es una excusa puesta al servicio de sus ideas y quizás eso lo distancia de El evangelio…, donde no sólo hay un alegato claro y definido, sino que además se cuenta una muy buena historia.

Da la impresión que Caín perfectamente pudo haber sido un ensayo, porque Saramago repite y estruja su discurso hasta la saciedad y el argumento, elemento esencial en cualquier ficción, queda en un distante segundo o tercer plano, lo que impide disfrutar de una buena novela, independiente del mensaje que está inserto.

Saramago toma como punto de partida la historia de Caín, célebre personaje del Antiguo Testamento (Génesis) por haber asesinado a su hermano Abel, favorito del Señor. Luego del fratricidio, el homicida reconoce su falta pero, lejos de aceptar humildemente el castigo, critica a Dios por no haber impedido esta desgracia pese a tener el poder divino para hacerlo. Sus argumentos no le ayudan a evitar el castigo, pero sí a atenuarlo: es condenado a vagar por la tierra sin derecho a echar raíces, con la única ventaja de que ningún hombre podrá dañarlo.

De esta forma, Caín viaja sin destino fijo y con una marca oscura en su frente, símbolo del castigo impuesto por el Todopoderoso. Tiene la facultad de viajar a través del tiempo y se constituye en una especie de espectador y testigo de las acciones de los humanos.

Quizás lo más polémico del libro es el retrato negativo que se muestra de Dios. Se lo presenta como un ser cruel, autoritario y manipulador; que trata a los hombres y mujeres como si fuesen conejillos de india, obligándolos a hacer pruebas de fe sin sentido, que al final terminan en un baño de sangre y donde culpables e inocentes sufren por igual.

Cuando leía este libro no pude dejar de acordarme del Gran Hermano, personaje de la clásica novela de George Orwell, 1984. El Dios de Caín es un Big Brother a gran escala: vigilante, tramposo, atento frente a cualquier desliz y que rara vez perdona. Es un ser opresor. Caín, entonces, va descubriendo que su propio pecado es mínimo comparado con otros que se cometen en la Tierra y que muchas veces son amparados y propiciados por el propio Todopoderoso.

El atribulado Caín es lo más cercano a un periodista o cronista de nuestro tiempo. Es testigo de episodios bíblicos como la construcción de la Torre de Babel, la destrucción de Sodoma y Gomorra, el Diluvio Universal, entre otros, y luego de observar el calamitoso estado de las cosas llega a una conclusión clave: “Dios está loco y no nos ama”. Lo cierto es que Saramago construye esta novela para que el lector abra los ojos y reflexione respecto de la veracidad de su afirmación. Un tema discutible, pero lo que está fuera de duda es que Caín no funciona bien como novela. Y es que pese a su brevedad, se hace tediosa por lo reiterativo de su discurso. No hay pasajes brillantes -especialidad de Saramago- y el resultado es plano y poco atractivo.

Por último, no puedo dejar de señalar un aspecto que tiene que ver con la escritura. Este texto, al igual que otros del autor portugués, tiene una puntuación arbitraria que le quita fluidez a la lectura. Las frases casi no tienen cortes (muy pocos puntos), lo que genera particular confusión a la hora de leer los diálogos entre los personajes

Esta novela, en definitiva, está lejos de ser un paso adelante en el legado literario de Saramago. Sin duda va a engrosar su catálogo, pero no su leyenda.

Puntuación: **


José Saramago

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